-El nene, mamá, el nene.
La madre espantó los mosquitos de un manotón que dejó su marca en la
pielcita morocha. El nene ya no podía llorar y porfiadamente se prendía al
pezón aguado y dulce que se hamacaba y pegaba un salto cada vez que se le
escapaba de la boquita caliente. La respiración le costaba y le dolía, tanto
que daban ganas de ahogarle de una vez y en ese momento justo la madre (desde
la orilla de camalotes y de helechos inclinados) se agarró a su destino y
entonces vio entre el verde oscuro y los pétalos del agua la cabeza tremenda de
la serpiente que se comía a su hombre (después había contado que segundos antes
él había estado tirando la liñada aunque sin esperanza, que por eso ella sólo
se dio cuenta cuando ya no podía hacer nada sino salvar a sus criaturas y salir
disparada del horror).
La niña leyó la desesperación en los ojos de la madre y en esa lengua
que le salía apretada y extraña cuando ocurrían esas cosas le dijo:
-¿Mba'e pio pasa ya otra vez, mamita?
La madre extendió el brazo y señaló la sombra en la noche líquida, se
escuchaba claramente el enloquecido plas-plas debajo de las hojas y el aroma se
desprendía sin contención hacia el viento. La naricita del nene se estremeció
buscando la parte menos fría del aire para seguir viviendo.
La niña miraba quieta la laguna
inmensa y se sintió atrapada de los brazos y retorcida por la madre que empezó
a correr con la cabecita del nene bamboleando sobre su hombro derecho. La niña
miraba hacia atrás y notó los círculos de luna alrededor de los manchones
lechosos que semejaban estrellas en el agua.
-¡Qué lindas las flores para llevarle a la Virgen de Caacupé! -pensó,
mientras empezó a correr detrás de la madre desprendida de ella o estironeada,
ya daba lo mismo y se entretuvo con la idea del ramo de yrupe a los pies de la
imagen, justo tocándole el borde del vestido azul a María madre mía y
protégenos con tu manto. Pensó en los tallos chorreando savia espesa en sus
manos mientras respondía ordenadamente las preguntas que le iba haciendo el
karai comisario, porque en ese momento la madre lloraba con la cara seca y no
podía responder nada sino repetir cansada que la boa salió del fondo, que ella
calcula que habrá venido de la orilla del mismo río (porque allí suele haber,
dijo con esa memoria que se guarda en los ojos) y que en ese mismo momento se
estaba comiendo a su hombre con liñada y todo, y qué voy a hacer Dios mío sin
marido y con siete inocentes que me van a pedir qué comer y seguro encima mi
única nena ésta que ve acá señor autoridá me sale puta como su abuela paterna y
el nene luisón porque es el séptimo hijo varón, ay Dios mío qué habré hecho,
qué voy a hacer ahora y a lo mejor si se van enseguida le pueden sacar de la
barriga de la víbora vivo antes de que se convierta en mierda de kuriju, si
Dios y la Virgen
permiten (tuvieron que subir la cuesta, pasar por el patio de Luciana
Baltazara, pisar las ranas y sapos y esquivar los gansos filosos y el relincho
de los corrales hasta el alambrado de púas y el barranco y la orilla donde oyeron
-aún- el chapoteo). ".... ante mí
la testigo, Luciana Baltazara Martínez, paraguaya, 44 años, soltera pero
amancebada según hace constar, domiciliada en las inmediaciones del lugar del
hecho, dijo que a las 23:45, siendo el día 22 de febrero del corriente año, vio
pasar en estado de aparente agitación a su vecina nombrada como ña Desí, a
quien conoce por ese nombre solamente y por ser su marido don Eusebio Lezcano,
pescador como ella. Siguió explicando la testigo que con su hijo menor Leoncio,
de 14 años, vieron que tras la citada ña Desí iba corriendo su hija Viviana y
agregó que la mujer llevaba en brazos a su pequeño hijo de meses cuyo nombre no
sabe pero dice sospechar que la madre por simaspena ni siquiera le hizo bautizar
todavía.
Concluido lo cual, agregó que ella salió gritándole con su menor hijo
Leoncio por si precisaba algo, pero que su vecina y la hija siguieron corriendo
sin parar como perseguidas por el mismo diablo lo cual a su entender no sería
extraño, pero sin responderle ni una palabra, y que la niña Viviana llevaba
algo blanco en las manos, que a ella le pareció que eran flores; pero su hijo el citado Leoncio la contradijo
diciendo que era el pañal de su hermanito. Preguntada sobre si quería agregar
algo más, la testigo dijo que no tiene la seguridad pero que en realidad hacía
meses no veía a su vecino el pescador y que oyó rumores pero que no piensa
hablar de eso porque no viene al caso y tampoco le gusta quedar como chismosa,
que lo único que puede decir con seguridad es que ña Desí es una madre sacrificada
porque no tiene más remedio, que le consta que
a veces hasta se ofrece para
labores domésticas o para limpieza de patio, y que ella en persona suele
comprarle algunas piezas de mandi'i para aliviarle la vida, porque nota que sus
hijos no tienen ni qué comer.
Tras la declaración de la testigo, comparece quien dice llamarse Santa
Viviana (11 años), paraguaya, soltera, la menor hija de doña Desideria de
Lezcano, en carácter de denunciante. Asegura que una boa apareció en la orilla
de la laguna y que arrastró al marido de la madre, "mi mamá me gritó
porque a mi papá ânga le comió la kuriju kakuaa, me dijo que tenemos que correr
y escuchamos el ruido cuando le rompía toditos sus huesos...", aseguró la
menor, quien dijo que hablaba ella en nombre de la madre, en consideración de que
ésta se encuentra en crisis nerviosa desde el momento en que vio en vivo cómo
el animal nombrado como boa o kuriju salió del agua y devoró a su marido.
La denunciante en este punto aclara que el supuesto hombre devorado no
es su padre de sangre, sino su padrastro. Tras lo cual el personal policial a
mi cargo se trasladó al lugar de los hechos en fecha 23 de febrero del mismo
año y a las 02:30. Agregado a lo cual, da fe de todo lo dicho por la
denunciante el informe del suboficial Antonio Galeano y el conscripto Eusebio
Peralta, quienes fueron los primeros en llegar a la laguna citada como Aguapé,
porque encontraron a la ahora viuda y a su menor hija cuando ambas iban
corriendo a pedir auxilio en la comisaría, y para acelerar el socorro fueron
con ellas de inmediato al lugar.
Aseguran los primeros intervinientes, Galeano y Peralta, que pudieron comprobar que
un cuerpo humano estaba siendo devorado por una boa, lo que no pudieron evitar
por haberse sumergido el monstruo en momento de ver a ambos, con la mitad del
infortunado ya en su interior y el resto, es decir las piernas (una de ellas
todavía con bota de goma y la otra descalza) pataleando en estado aparente de desesperación.
El suboficial Galeano informa que logró tomar una foto del momento que la
kuriju a la que describe como la mayor que haya visto en su vida, se sumergió tragándose
lo que quedaba de la víctima, o sea, el señor esposo de la denunciante, y que
ésta en ese momento estaba en la orilla, viendo todo, gritando y con su
criatura en brazos. La hija de la infortunada supuesta viuda también se encontraba
en el lugar, juntando flores de camalote y sin hacer caso del llanto de su
madre.
Siguió relatando que en su oportunidad presentará la foto de referencia,
cuando así le requiera el juez y si le pagan el revelado porque el último
dinero que tenía en su poder lo invirtió en la compra del rollo y que además
sólo le quedaba una pose dado que por orden de su inmediato superior tuvo que
tomar fotos en el cumpleaños de 15 de la hija del señor comisario.
**
La madre reemplazó la vela derretida apagando con dos dedos la llamita
chisporroteante, alisó con la palma de la mano el sebo que había forrado casi
del todo la botella de caña y metió en la hamaca de trapo al nene, envuelto
como un cigarro y eructante.
Después la madre acomodó las bolsas de víveres, las ropitas todavía
atadas con piolín, las cajas de velas y fósforos que les trajeron los vecinos y
las damas devotas de la parroquia apenas se enteraron de su desgracia. Y frente
a frente comieron la madre y la niña, con ese silencio profundo del hambre
atrasada. Antes de dormir la niña ubicó su ofrenda de flores a los pies de la
pequeña imagen de la Virgen y la madre chupó el
resto de la leche azucarada que había quedado en el biberón y se frotó los
pezones con un poco de sebo de la vela, para que no se me cuarteen, dijo
despacito. Antes de dormir el nene sonrió por un costado de la boquita. La niña
le bordeó con el meñique el hoyuelito: -barriguita llena corazón contento –y
apenas se le oía la voz.
-Vos callate estúpida (la madre creyó que la niña estaba hablando de la
boa), mediante eso ahora tenemos para comer -la niña la escuchó pero se fue
durmiendo pensando que si el nene se moría de la fiebre le llenaría de pétalos blancos
todo el cajoncito y estaría tan lindo con su sonrisa de barriguita llena quieta
a un costado de la boca y también le regalaría el rosario blanco y la velita de
su primera comunión, para que vaya al cielo de los angelitos morochos listo
para cuidarla a ella y a la madre desde la nube rosada más linda que hay (esa
noche se soñó a la orilla de la aguada, con las manos chorreando savia mientras
un niñito de boquita seca se le iba muriendo entre los pechos aguados y su
niñito repetía sus ojos y la misma cara del hombre que estaba siendo devorado
ante sus ojos por un tremendo jaguarete y ella sólo podía ver ya los pies de su
hombre porque el resto era arrastrado a jironazos entre los altos yuyales de la
orilla de la aguada.
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1 comentarios:
Fuerte, rotundo, con el realismo que, mezclado con la dulzura idioma guaraní, sabe manejar la autora, este cuento es una muestra más de la valiosa narrativa de Amanda Pedrozo. Imposible no seguir leyendo hasta el final un cuento de Amanda, admirable también como poeta. Felicitaciones.
PILAR ROMANO
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GRACIAS POR TU COMENTARIO -EL ESCARABAJO LITERARIO-