Alice Munro

Alice Munro: el discreto encanto de contar historias

El año 2013 trajo un par de sorpresas en cuanto a géneros. El primero: el género femenino ha obtenido en los últimos 22 años 7 Premios Nobel de Literatura. Teniendo en consideración que desde 1909 (Selma Lagerlöf, Suecia) hasta el 2013 (Alice Munro, Australia) hubo 12 Premios Nobel de Literatura obtenidos por mujeres parece cierto progreso en la mirada parcial de la Academia Sueca. Por otra parte, emulando las entregas de los años 1926 (Grazia Deledda, Italia) y 1928 (Sigrid Undset, Noruega); el año 1938 (Pearl S. Buck, Estados Unidos) y 1945 (Gabriela Mistral, Chile); en el bienio 2009 (Herta Müller, Alemania) y 2013 (Alice Munro, Australia), son los más próximos en el tiempo. Además de ser el cincuenta por ciento de las entregas en 104 años de historia de los Nobel. O dicho de otra manera, más allá de los méritos literarios, apenas 12 premios sobre 104 candidaturas. A simple vista parece escaso.

La otra novedad es la reivindicación del cuento. Tanto la poesía (el género lírico por excelencia) como la novela gozan de “mejor prensa” que el cuento. Un género literario que pese a su apariencia de sencilla oculta más de una dificultad para sus cultores. Edgar Allan Poe en su “Método de composición” lo explicaba de la siguiente manera:

“Creo que existe un radical error en el método que se emplea por lo general para construir un cuento. Algunas veces, la historia nos proporciona una tesis; otras veces, el escritor se inspira en un caso contemporáneo o bien, en el mejor de los casos, se las arregla para combinar los hechos sorprendentes que han de tratar simplemente la base de su narración, proponiéndose introducir las descripciones, el diálogo o bien su comentario personal donde quiera que un resquicio en el tejido de la acción brinde la ocasión de hacerlo.

A mi modo de ver, la primera de todas las consideraciones debe ser la de un efecto que se pretende causar. Teniendo siempre a la vista la originalidad (porque se traiciona a sí mismo quien se atreve a prescindir de un medio de interés tan evidente), yo me digo, ante todo: entre los innumerables efectos o impresiones que es capaz de recibir el corazón, la inteligencia o, hablando en términos más generales, el alma, ¿cuál será el único que yo deba elegir en el caso presente?

Habiendo ya elegido un tema novelesco y, a continuación, un vigoroso efecto que producir, indago si vale más evidenciarlo mediante los incidentes o bien el tono o bien por los incidentes vulgares y un tono particular o bien por una singularidad equivalente de tono y de incidentes; luego, busco a mi alrededor, o acaso mejor en mí mismo, las combinaciones de acontecimientos o de tomos que pueden ser más adecuados para crear el efecto en cuestión.

He pensado a menudo cuán interesante sería un artículo escrito por un autor que quisiera y que pudiera describir, paso a paso, la marcha progresiva seguida en cualquiera de sus obras hasta llegar al término definitivo de su realización.

Me sería imposible explicar por qué no se ha ofrecido nunca al público un trabajo semejante; pero quizá la vanidad de los autores haya sido la causa más poderosa que justifique esa laguna literaria. Muchos escritores, especialmente los poetas, prefieren dejar creer a la gente que escriben gracias a una especie de sutil frenesí o de intuición extática; experimentarían verdaderos escalofríos si tuvieran que permitir al público echar una ojeada tras el telón, para contemplar los trabajosos y vacilantes embriones de pensamientos. La verdadera decisión se adopta en el último momento, ¡a tanta idea entrevista!, a veces sólo como en un relámpago y que durante tanto tiempo se resiste a mostrarse a plena luz, el pensamiento plenamente maduro pero desechado por ser de índole inabordable, la elección prudente y los arrepentimientos, las dolorosas raspaduras y las interpolación. Es, en suma, los rodamientos y las cadenas, los artificios para los cambios de decoración, las escaleras y los escotillones, las plumas de gallo, el colorete, los lunares y todos los aceites que en el noventa y nueve por ciento de los casos son lo peculiar del histrión literario.

Por lo demás, no se me escapa que no es frecuente el caso en que un autor se halle en buena disposición para reemprender el camino por donde llegó a su desenlace.

Generalmente, las ideas surgieron mezcladas; luego fueron seguidas y finalmente olvidadas de la misma manera.”

Más de un cuentista fue candidato al Nobel sin suerte. Por ejemplo, el escritor argentino Jorge Luis Borges era un eterno postulante.

En una apretada e injusta lista me vienen a la mente un puñado de mujeres cuentistas que podrían haber coqueteado con el Nobel: Carson McCullers, Patricia Highsmith, Katherine Anne Porter, Silvina Ocampo, Clarice Lispector, Flannery O'Connor entre otras muchas.

Pues bien el premio otorgado a Alice Munro (Wingham, Ontario, Canadá,  julio de 1931) ha venido a reparar este par de olvidos históricos: la mujer y el cuento.

Munro se había iniciado de joven con cuentos (escritos desde 1950), escritos en el poco tiempo que había tenido hasta entonces, así como había publicado dos recopilaciones de relatos y una novela. Antes de 1976, escribió Dance of the Happy Shades (1968), sus primeros cuentos, algunos muy tempranos en su vida; pero también la importante novela Las vidas de las mujeres (1971), y los relatos entrelazados Something I’ve Been Meaning to Tell You (1974).

Luego, publicó nuevas colecciones de relatos The Beggar Maid (1978), Las lunas de Júpiter, The Progress of Love (1986), Amistad de juventud y Secretos a voces (1994). Ya había sido traducida al español en esa década, pero empezó a ser conocida definitivamente en nuestro siglo, con los relatos de Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio (2001) y luego con los de Escapada (2004). Se había mantenido como una escritora conocida sólo por iniciados.

En La vista desde Castle Rock, 2006, hizo un balance de la historia remota de su familia, en parte escocesa, emigrada al Canadá, y describió ampliamente las dificultades de sus padres. Su libro se alejaba un punto de su modo expresivo anterior. Por entonces, habló de retirarse, pero la publicación del excelente Demasiada felicidad (nuevos cuentos, aparecidos en 2009), lo desmintió.

Además, en 2012 ha publicado otro libro de relatos —con el rótulo Dear Life (Mi vida querida)—, son cuentos más despojados y más centrados en el pretérito. En su última sección se detiene en un puñado de recuerdos personales, que pueden verse como una especie de confesión definitiva de la autora, pues son "las primeras y últimas cosas -también las más fieles-, que tengo que decir sobre mi propia vida".

Munro, que no se ha prodigado en la prensa, ha reconocido el influjo inicial de grandes escritoras —Katherine Anne Porter, Flannery O'Connor, Carson McCullers o Eudora Welty—, así como de dos narradores: James Agee y especialmente William Maxwell. Sus relatos breves se centran en las relaciones humanas analizadas a través de la lente de la vida cotidiana. Por esto, y por su alta calidad, ha sido llamada "la Chéjov canadiense". Acostumbra pasar largas temporadas de vacaciones en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias, donde ha escrito varias de sus novelas.

Fue entrevistada extensamente por The Paris Review, en 1994.

Por último podemos hacer un repaso de sus premios y reconocimientos:

Ha ganado tres veces el premio canadiense a la creación literaria, «Premio Literario Governor General's».

En 1998, ganó el National Book Critics Circle estadounidense por El amor de una mujer generosa.

En España fue premiada con el Premio Reino de Redonda en 2005 y en 2011 con el Premio Tormenta por su libro Demasiada felicidad.

En 2013, le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura. Un reconocimiento al discreto encanto femenino de saber contar historias de vida.

 

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