Máximo Ballester nació en San
Fernando, Buenos Aires, en 1964. Vive en San Isidro. Participó en varias
antologías y desde 2006. Publica sus poemas en el blog Musas Extraviadas. Sus
libros editados son: Disfraz al agua
(1998), Musas Extraviadas (2008), En la orilla
(2009) y Poemas de autoayuda y aforismos para morir mejor (2011). Su último
libro, de próxima aparición, es Poemas de Máximo Estrella y otros esperpentos,
escrito con Jorge Luis Estrella.
METÁFORAS
Y de pronto vino el mar
hasta mi mesa, vinieron los pájaros,
la lluvia, el cielo; de dos en dos
llegaron las flores, y acudió el viento
y bajaron las nubes. Todos pisotearon
mis papeles. Me rodearon como a un criminal,
se acercaron más y más como si fueran
a lincharme. Y entonces me dijeron:
“señor, nosotros no somos metáforas, no
insista;
guárdese para usted sus juegos de
soledad,
de tristeza y de silencio. Nosotros no
somos
esas figuras pretenciosas”. Guardé mis
papeles.
Limpié la mesa. Me fui. De pronto salió
el sol.
LA FÁBRICA
Las mesas, las estanterías frías.
El piso.
Las cajas apiladas.
Las bolsas con nombres de localidades
o con nombres de negocios o apellidos.
Mercadería: prendas, talles, texturas, colores.
Las cajas con etiquetas que indican un
destino.
Las máquinas de sunchar.
Los rollos de tela embolsados y
apilados.
Las largas mesas de corte.
Los ruidos.
Los papeles.
Las ventanas altas. El día colándose
por entre los vidrios como pidiendo
permiso.
Los cielorrasos.
La losa.
Los escobillones juntos en un rincón.
Los cestos de basura.
El polvillo, la pelusa de las telas
cortadas.
Nuestras pequeñas cosas por ahí,
ocultas,
debajo de las mesas. Nuestras pequeñas
cosas
de todos los días.
El timbre de la puerta, dócil al dedo,
tonto al oído.
El timbre largo, el de llamada, que
anuncia las 8.
Las camionetas afuera.
Las oficinas.
El jefe.
Los pasillos.
Los baños.
Las escaleras.
La máquina de café.
Los matafuego.
Las cintas amarillas de seguridad.
Las planchas.
Los carros.
Los canastos.
Las computadoras.
Las cintas de embalar.
Las lapiceras/los marcadores.
El talle S.
El talle 42.
El talle XXL.
El jersey, la modal, la frisa, el jean.
La radio.
Los parlantes.
La radio otra vez.
Mi ficha 190.
Todas las fichas ordenadas como pequeñas
lápidas junto al fichero.
Los relojes. La hora. Los relojes.
Las puertas, todas las puertas.
Todos nosotros.
Todos nosotros yendo y viniendo.
Todos nosotros funcionando.
Las cajas desarmadas.
Las cajas con manchas de aceite de
máquina.
Las cajas cerradas con cintas que en
rojo dicen:
FAJA DE SEGURIDAD.
Las bolsas que arrastramos, que
acomodamos.
Las bolsas que cargamos.
Nuestras voces. Las cosas que decimos.
Todas esas palabras que a veces no
sabemos bien
por qué las decimos.
Nuestras miradas. Nuestros gestos.
La fábrica vista por afuera.
La fábrica vista por dentro.
Todas las cosas ordenadas.
Todas las cosas por hacer.
Todas las cosas que hacemos y las que no
hacemos.
Algún día voy a morirme por todas estas
cosas.
HOJA
Una
hoja seca de plátano atascada
en
el limpiaparabrisas trasero
del
Volkswagen gris que circula por la Panamericana.
Hasta
aquí la poesía.
Estamos
atrapados en una larga fila de autos
que
apenas se mueven.
El
puente que tenemos delante es algo así como
la
parte inferior de un marco, el pie de un cuadro
que
resguarda esa porción de cielo que miramos
donde
hay una nube extendida desplazándose
a
la misma velocidad que nosotros.
MARIPOSAS
Seguí
los pasos de aquel poeta japonés
que,
enojado porque no lograba
componer
el poema de una mariposa,
salió
al jardín, rompió el papel con furia,
lo
arrojó al aire, y los pedacitos de papel
se
posaron en las ramas de los árboles.
Yo
tampoco pude lograr el poema.
Y
sin embargo no obtuve el mismo resultado.
Me
quedé absorto mirando el ficus
y
después el suelo: sentí compasión por los
pedacitos
de papel esparcidos a mi alrededor.
Los
examiné en silencio, lentamente,
como
si practicara un ritual milenario.
El
sol de la tarde bajaba y el canto de los
pájaros
se escabullía detrás de los tejados.
Había
algo de poesía japonesa en el aire.
Luego
fui por un cesto. Y en él arrojé,
una
a una, todas mis mariposas muertas.
AMENAZAS
VERDADERAS
Hay un puma suelto
en las calles de Vicente López.
Algunos lo han visto.
También hay un asesino
o tres,
y un intendente.
Varios policías, hay,
dirigentes de apellido,
e importantes cargos municipales.
Cada tanto hay un muerto.
Varias injusticias hay en
Vicente López.
Pero algunos dicen que hay un puma.
LOS QUE NO
Los chicos sucios rotos
drogados hambrientos mutilados
que deambulan por la
avenida Amancio Alcorta
no tienen acceso a los felices globos
amarillos del Pro.
No les ha llegado “la fuerza del amor”
del
Frente para la Victoria.
Observarlos / compadecerme
no hace que me sienta menos imbécil.
No alcanza con darles una moneda.
No alcanza con que revuelvan la basura.
No alcanza con los gendarmes aquí y allá
apostados.
Parece que no alcanza el presupuesto
para todos.
A lo sumo con un poco de suerte
con un poquito más de merca –si
consiguen–
pueden pasar inadvertidos /
anónimos para el último otro lado.
THE MONSTER
La tortuga raspa su caparazón
contra la reja del ventanal. Produce
un temblor que retumba en los vidrios.
Es evidente que quiere entrar.
Insiste levantando la puerta de la reja
unos milímetros y se queda mirándome.
Yo le hago un gesto de susto, como en
las viejas
películas de terror. Me gusta que ella
crea,
aunque sea por un instante, que
representa
una verdadera amenaza para toda la familia.
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2 comentarios:
Leer a MI AMIGO MAXIMO, asi, con las imágenes y la seguidilla de versos me fascina. Máximo me ha enseñado mucho desde su forma de decir. Tiene un tacto especial para convertir lo duramente sensible en algo que nos traspasa de otra forma. Te agradezco Máximo por instalar tu poesía en mí y ustedes por publicarlo.
Lily Chavez
Córdoba
Gracias, querida Lily. Vos sabés, todos aprendemos de todos y nos acompañamos en este camino de amistad y poesía. Gracias por tus buenas palabras, amiga. Besos.
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GRACIAS POR TU COMENTARIO -EL ESCARABAJO LITERARIO-