
La otra novedad es la
reivindicación del cuento. Tanto la poesía (el género lírico por excelencia)
como la novela gozan de “mejor prensa” que el cuento. Un género literario que
pese a su apariencia de sencilla oculta más de una dificultad para sus
cultores. Edgar Allan Poe en su “Método
de composición” lo explicaba de la siguiente manera:
“Creo
que existe un radical error en el método que se emplea por lo general para
construir un cuento. Algunas veces, la historia nos proporciona una tesis;
otras veces, el escritor se inspira en un caso contemporáneo o bien, en el
mejor de los casos, se las arregla para combinar los hechos sorprendentes que
han de tratar simplemente la base de su narración, proponiéndose introducir las
descripciones, el diálogo o bien su comentario personal donde quiera que un
resquicio en el tejido de la acción brinde la ocasión de hacerlo.
A
mi modo de ver, la primera de todas las consideraciones debe ser la de un
efecto que se pretende causar. Teniendo siempre a la vista la originalidad
(porque se traiciona a sí mismo quien se atreve a prescindir de un medio de
interés tan evidente), yo me digo, ante todo: entre los innumerables efectos o
impresiones que es capaz de recibir el corazón, la inteligencia o, hablando en
términos más generales, el alma, ¿cuál será el único que yo deba elegir en el
caso presente?
Habiendo
ya elegido un tema novelesco y, a continuación, un vigoroso efecto que
producir, indago si vale más evidenciarlo mediante los incidentes o bien el
tono o bien por los incidentes vulgares y un tono particular o bien por una
singularidad equivalente de tono y de incidentes; luego, busco a mi alrededor,
o acaso mejor en mí mismo, las combinaciones de acontecimientos o de tomos que
pueden ser más adecuados para crear el efecto en cuestión.
He
pensado a menudo cuán interesante sería un artículo escrito por un autor que
quisiera y que pudiera describir, paso a paso, la marcha progresiva seguida en
cualquiera de sus obras hasta llegar al término definitivo de su realización.
Me
sería imposible explicar por qué no se ha ofrecido nunca al público un trabajo
semejante; pero quizá la vanidad de los autores haya sido la causa más poderosa
que justifique esa laguna literaria. Muchos escritores, especialmente los
poetas, prefieren dejar creer a la gente que escriben gracias a una especie de
sutil frenesí o de intuición extática; experimentarían verdaderos escalofríos
si tuvieran que permitir al público echar una ojeada tras el telón, para
contemplar los trabajosos y vacilantes embriones de pensamientos. La verdadera
decisión se adopta en el último momento, ¡a tanta idea entrevista!, a veces
sólo como en un relámpago y que durante tanto tiempo se resiste a mostrarse a
plena luz, el pensamiento plenamente maduro pero desechado por ser de índole
inabordable, la elección prudente y los arrepentimientos, las dolorosas
raspaduras y las interpolación. Es, en suma, los rodamientos y las cadenas, los
artificios para los cambios de decoración, las escaleras y los escotillones,
las plumas de gallo, el colorete, los lunares y todos los aceites que en el
noventa y nueve por ciento de los casos son lo peculiar del histrión literario.
Por
lo demás, no se me escapa que no es frecuente el caso en que un autor se halle
en buena disposición para reemprender el camino por donde llegó a su desenlace.
Generalmente,
las ideas surgieron mezcladas; luego fueron seguidas y finalmente olvidadas de
la misma manera.”
Más de un cuentista fue
candidato al Nobel sin suerte. Por ejemplo, el escritor argentino Jorge Luis
Borges era un eterno postulante.
En una apretada e
injusta lista me vienen a la mente un puñado de mujeres cuentistas que podrían
haber coqueteado con el Nobel: Carson McCullers, Patricia Highsmith, Katherine
Anne Porter, Silvina Ocampo, Clarice Lispector, Flannery O'Connor entre otras
muchas.
Pues bien el premio otorgado
a Alice Munro (Wingham, Ontario, Canadá, julio de 1931) ha venido a reparar este par de
olvidos históricos: la mujer y el cuento.
Munro se había iniciado
de joven con cuentos (escritos desde 1950), escritos en el poco tiempo que
había tenido hasta entonces, así como había publicado dos recopilaciones de
relatos y una novela. Antes de 1976, escribió Dance of the Happy Shades (1968), sus primeros cuentos, algunos muy
tempranos en su vida; pero también la importante novela Las vidas de las mujeres (1971), y los relatos entrelazados Something I’ve Been Meaning to Tell You (1974).
Luego, publicó nuevas
colecciones de relatos The Beggar Maid
(1978), Las lunas de Júpiter, The Progress of Love (1986), Amistad
de juventud y Secretos a voces (1994). Ya había sido traducida al español
en esa década, pero empezó a ser conocida definitivamente en nuestro siglo, con
los relatos de Odio, amistad, noviazgo,
amor, matrimonio (2001) y luego con los de Escapada (2004). Se había mantenido como una escritora conocida
sólo por iniciados.
En La vista desde Castle Rock, 2006, hizo un balance de la historia
remota de su familia, en parte escocesa, emigrada al Canadá, y describió
ampliamente las dificultades de sus padres. Su libro se alejaba un punto de su modo
expresivo anterior. Por entonces, habló de retirarse, pero la publicación del
excelente Demasiada felicidad (nuevos
cuentos, aparecidos en 2009), lo desmintió.
Además, en 2012 ha
publicado otro libro de relatos —con el rótulo Dear Life (Mi vida querida)—, son cuentos más despojados y más
centrados en el pretérito. En su última sección se detiene en un puñado de
recuerdos personales, que pueden verse como una especie de confesión definitiva
de la autora, pues son "las primeras
y últimas cosas -también las más fieles-, que tengo que decir sobre mi propia
vida".
Munro, que no se ha
prodigado en la prensa, ha reconocido el influjo inicial de grandes escritoras
—Katherine Anne Porter, Flannery O'Connor, Carson McCullers o Eudora Welty—,
así como de dos narradores: James Agee y especialmente William Maxwell. Sus
relatos breves se centran en las relaciones humanas analizadas a través de la
lente de la vida cotidiana. Por esto, y por su alta calidad, ha sido llamada "la Chéjov canadiense". Acostumbra pasar largas temporadas de vacaciones
en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias, donde ha escrito varias de sus
novelas.
Fue entrevistada
extensamente por The Paris Review, en
1994.
Por último podemos
hacer un repaso de sus premios y reconocimientos:
Ha ganado tres veces el
premio canadiense a la creación literaria,
«Premio Literario Governor General's».
En 1998, ganó el National Book Critics Circle
estadounidense por El amor de una mujer
generosa.
En España fue premiada
con el Premio Reino de Redonda en
2005 y en 2011 con el Premio Tormenta
por su libro Demasiada felicidad.
En 2013, le fue
otorgado el Premio Nobel de Literatura.
Un reconocimiento al discreto encanto femenino de saber contar historias de
vida.
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